Como asesora familiar y coach infanto-juvenil, hay una preocupación que escucho muy a menudo en sesiones con madres y padres:
“No quiero repetir lo que viví, pero a veces siento que me paso al otro extremo.”
“Intento hablar, validar, estar presente… pero mi hijo no me escucha.”
“¿Cómo pongo límites sin romper el vínculo?”
Y no es casual. Muchas familias están en un proceso de transformación: quieren criar desde el respeto, cultivar una relación sana y cercana con sus hijos e hijas, y al mismo tiempo se encuentran con un gran desafío: ¿Cómo mantener esa conexión sin dejar de ejercer el rol de adulto?
Porque sí, criar con respeto no significa permitir todo. Y poner límites no significa ser autoritario.
El arte está en el equilibrio.
Conexión y límites no son opuestos. Son aliados.
Conectar no es decir que sí a todo. Es ver al niño, reconocer lo que siente, entender lo que necesita… pero desde una posición adulta clara.
Poner límites no es castigar, gritar o imponer. Es proteger, organizar, dar estructura y seguridad.
Cuando separamos ambas cosas, el sistema familiar se desequilibra:
Si solo hay conexión sin estructura, los niños pueden sentirse confundidos, inseguros o incluso asumir un rol que no les corresponde.
Si solo hay límites sin conexión, se rompe la confianza, aparece el miedo o el resentimiento, y la relación se resiente.
El equilibrio entre conexión y límites es lo que sostiene una crianza sana, firme y amorosa.
¿Qué pasa cuando falta uno de los dos?
1. Cuando falta el límite:
Madres y padres se sienten agotados, los niños demandan sin parar, los días se vuelven una negociación constante. Se pierden las rutinas, los espacios del adulto y la convivencia se vuelve tensa o caótica.
2. Cuando falta la conexión:
Los límites se imponen sin sensibilidad. Se aplican normas que no se explican. El niño obedece por miedo, pero no por comprensión. O se rebela porque no se siente visto.
Y entonces llegan los conflictos, los gritos, los bloqueos. Y el desgaste emocional.
Pero... ¿cómo se encuentra ese equilibrio?
Aquí van algunas ideas prácticas que trabajo a menudo en las sesiones:
1. Empieza por ti
Tu tono, tu postura, tu claridad interna son más importantes que las palabras que uses. Si tú dudas, gritas o cedes desde el cansancio, el mensaje se vuelve confuso. Si tú estás presente, firme y tranquila, el niño lo percibe.
“Lo importante no es solo lo que dices, sino desde dónde lo dices.”
2. Nombra las emociones y pon el límite
Puedes validar lo que siente tu hijo y, al mismo tiempo, marcar el límite con claridad.
“Veo que estás enfadado porque no quieres recoger. Es normal. Aun así, es hora de guardar los juguetes. Te acompaño.”
“Sé que te da rabia que no te compre el juguete. Lo entiendo. Y hoy no lo vamos a llevar.”
Validar no es ceder. Es acompañar desde la empatía, sin perder el rumbo.
3. Anticipa y mantente disponible
Muchos conflictos se reducen si anticipamos lo que va a pasar y lo comunicamos de forma clara.
“Hoy en el parque nos quedamos 30 minutos. Cuando te avise, nos iremos.”
Y cuando llegue el momento, no expliques de más, no negocies de nuevo. Acompaña con presencia. Estás ahí, sosteniendo el malestar si aparece.
4. Cuida tus propias necesidades
Educar sin límites también implica que el adulto se anula. Y eso no es sostenible.
“Ahora necesito un momento tranquila. En 10 minutos estoy contigo.”
“No puedo jugar ahora. Estoy haciendo la comida. Luego sí.”
Nombrar tus límites también enseña al niño a respetar al otro.
El equilibrio no es un punto fijo, es un movimiento constante
No se trata de hacerlo perfecto. Se trata de observar, ajustar, aprender. Cada niño es distinto. Cada etapa también. A veces necesitarás reforzar la conexión. Otras, sostener más los límites. La clave está en la escucha mutua y en la coherencia interna.
Y si alguna vez gritas, dudas o te arrepientes de cómo lo hiciste, no te castigues. Educar también es reparar.
Volver a hablar. Nombrar lo que pasó. Reconocer tu parte. Eso también fortalece el vínculo.
En resumen:
La conexión da sentido a los límites.
Los límites protegen la conexión.
El equilibrio entre ambos sostiene la relación.
Y si ahora mismo estás sintiendo que esto te cuesta, que no sabes cómo hacerlo o que hay mucha teoría pero poca práctica… te entiendo. Es una dificultad común y muy humana. La buena noticia es que se puede aprender, con tiempo, con acompañamiento y con espacios donde poder revisar tu manera de estar presente en la crianza.
Porque el cambio empieza en ti.
Y cuando tú te colocas desde tu lugar adulto, claro y amoroso, todo empieza a ordenarse.
Con mucho amor,
Marta Chimisana
Asesora familiar | Coaching | Acompañamiento familiar | Crianza consciente | Vínculo | limites
