Hay un momento en la crianza que duele más de lo que imaginábamos y es cuando nuestros hijos dejan de contarnos cosas.
Ya no hablan tanto, se cierran, pasan más tiempo a solas y, de repente, esa conexión que antes fluía con naturalidad parece haberse evaporado.
Lo que antes eran conversaciones espontáneas, ahora son respuestas breves:
—“Bien.”
—“Nada.”
—“Déjame, no pasa nada.”
Y aunque sabemos que es una etapa, el silencio duele.
Cuando un hijo o hija se aleja, no significa que deje de querernos, sino que necesita construir su identidad.
En la adolescencia, el cerebro se reorganiza, las emociones son más intensas y aparece la necesidad de diferenciarse.
Empieza una búsqueda interna que solo puede hacerse desde cierta distancia. Ese espacio, aunque nos duela, no es rechazo, es crecimiento.
Tu papel ahora es mantenerte disponible. Ser una presencia tranquila y previsible a la que siempre pueda volver.
Los adolescentes necesitan alejarse para encontrarse, pero también saber que hay un lugar seguro al que pueden regresar.
La conexión no se pierde, se transforma
El vínculo no desaparece, solo cambia de forma.
Durante años has sido su guía externa, ahora empiezas a convertirte en su referencia interna.
Ya no te lo cuenta todo, pero te observa, te mide y te lleva dentro.
Cada vez que tú gestionas con calma un conflicto, validas su emoción o le escuchas sin juicio, le estás enseñando cómo hacer lo mismo consigo mismo.
Por eso, seguir presente sin invadir es la clave.
En vez de preguntar ¿Qué te pasa? con tono de preocupación, dile Estoy aquí si necesitas hablar.
¿Qué puedes hacer para mantener la conexión?
Cambia el cuéntame por te escucho cuando quieras.
Le quita presión y le da libertad.
Valida su necesidad de espacio.
No lo tomes como algo personal: el alejamiento también es una forma de amor.
Cuida los pequeños momentos.
A veces la conexión no vuelve en una conversación, sino en un paseo, una broma o un silencio compartido.
No des lecciones, ofrece confianza.
Cuando siente que no vas a juzgar, es cuando empieza a abrirse.
Revisa tu propio estado emocional.
Si tú te sientes herida o ansiosa por el silencio, respíralo. Tu calma sigue siendo su refugio, aunque no lo diga.
En esta etapa mas que controlar, es acompañar. Es confiar en lo que sembraste. Es pasar del miedo a la presencia.
Tu hijo o hija te sigue necesitando, desde otro lugar y a tí te toca soltar sin abandonar.
Ser su lugar seguro sin juicios
Con mucho amor,
Marta Chimisana
Asesora familiar | coach infanto-juvenil | Acompañamiento familiar | Crianza consciente | Conexión | adolescencia
